“Si pudiera hacer caso omiso de todo (en realidad es lo que hago ¿o no es lo que hago?), si pudiera sentir la alegría pura de hacer cosas, de crear, de hacer que algo salga de estas manos. Quiero que lo que hago tenga un tono libre y sencillo que todo el mundo entienda (¡¿Es eso lo que quiero?!) Me gustaría creer un poco más en mí mismo, no ser tan influenciable y presa tan fácil del elogio”.
25 de abril de 1956. Ingmar Bergman tiene 37 años, ya lleva 19 largometrajes realizados como director de cine, una docena de obras propias y una infinidad de puestas teatrales de los grandes clásicos (Strindberg, Shakespeare, Molière). Está por alcanzar su primer gran éxito internacional en el Festival de Cannes, pero todavía no lo sabe y se siente terriblemente inseguro. “Meditación. Voy a ir a Cannes con Sonrisas de una noche de verano y estoy muy afligido e inquieto (…) Y aquí termino esta reflexión sobre mí mismo, que tampoco es muy edificante. Mañana seguimos con el trabajo”.
Podría pensarse que estos apuntes corresponden a un diario personal del gran cineasta sueco, pero son apenas unas digresiones dentro de lo que el propio Bergman llamaba su “cuaderno de trabajo”, donde iba anotando ideas, bocetos, proyectos, diálogos, sueños y también pesadillas que, más temprano que tarde, formaban la simiente de su obra cinematográfica. Bergman escribía regularmente de forma manuscrita en unos cuadernos comunes de los que se conservaron unos sesenta, correspondientes a casi medio siglo de apuntes. De ese magma surgen los dos volúmenes de unas 350 páginas cada uno que la editorial española Nørdica distribuye ahora en Argentina bajo los títulos Cuaderno de trabajo I (1955-1974) y Cuaderno de trabajo II (1974-2001), que reflejan el impresionante proceso creativo del autor de El séptimo sello, Persona y Fanny y Alexander, por citar apenas tres de sus obras maestras.
Es revelador descubrir los orígenes de estas y otras películas tan emblemáticas y famosas, que van surgiendo en la mente de Bergman del modo más aleatorio. Algunas aparecen en el cuaderno nítidamente, casi con la forma con que muy poco después Bergman las filmaría. Es el caso, por ejemplo, del célebre sueño que abre Cuando huye el día (1957), cuando el veterano profesor Isak Borg –interpretado por esa gloria del cine escandinavo que fue Victor Sjöström- recorre unas calles desiertas, bañadas por una luz cegadora, y se encuentra con unos relojes sin manecillas que presagian su muerte. No hay casi diferencias entre lo que Bergman escribe en su cuaderno y luego, casi inmediatamente, pone en imágenes en los estudios Svensk Filmindustri de Estocolmo. En otros casos, en cambio, los borradores van apareciendo aquí y allá durante décadas incluso, como es el caso de “la película esa de Upsala sobre el mundo de la infancia”, como la nombra en 1957 y que recién un cuarto de siglo después será Fanny y Alexander (1982).
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La cuidada edición a cargo del especialista sueco Jan Holmberg va introduciendo año a año las entradas del Cuaderno para dar pistas de unos textos que no fueron concebidos con la intención de ser publicados, pero que sin embargo tienen un raro valor literario. El talento de Bergman como escritor fue evidente a partir de la publicación de sus célebres memorias, Linterna mágica (1987), y de su anexo, publicado bajo el título de Imágenes (1990). Pero este inmenso Cuaderno –del que Imágenes se nutrió como fuente- despliega una libertad que surge de un texto que originalmente tenía como único destinatario al propio Bergman, al punto de que más de una vez el autor dialoga consigo mismo, como si quisiera poner en escena sus famosas neurosis.
“Crisis de confianza entre mí y el guion. Pero sin la menor desesperación. Y sin la menor sensación de resignación. Al contrario, el atisbo de una solución a la vuelta de la esquina, una suerte de acicate que no termino de entender”, escribe el 27 de julio de 1969, mientras trabaja en el libreto de un proyecto que nunca se llegó a materializar, Love Duet, una coproducción internacional en dos episodios cuya otra mitad iba a dirigir Federico Fellini. Pero su auto-exigencia lo llevará también a escribir que “me levanto todas las mañanas sin imaginación y satisfecho como una vaca”.
Quien busque en estos textos chismes o infidencias sobre su vida amorosa con muchas de sus actrices –Bibi Andersson y Liv Ullmann entre otras- saldrá defraudado. Hay alguna mención esporádica a ellas, pero también a la felicidad –antes de caer en sus recurrentes crisis depresivas- que le produce trabajar solo, lejos del mundanal ruido, en su casa en la Isla Farö, sacudida por los vientos del Mar Báltico. El Cuaderno de trabajo es su espacio de reflexión, donde Bergman vuelca no solo sus primeras imágenes o impresiones sobre lo que alguna vez quizás sea una película –el cine en modo potencial- sino también, simultáneamente a la escritura de un guion, sus feroces cuestionamientos a lo que lleva escrito, o el camino que se fuerza a seguir. “Cada vez lo siento más fuerte: el deseo de abrirme paso a través de los secretos, más allá de la puerta… Encontrar la máxima expresión con el mínimo esfuerzo”, anota el sábado de Pascua del 13 de abril de 1974, poco antes de trabajar en el guion de Cara a cara, que protagonizará Liv Ullmann.
La guerra de Vietnam, el asesinato de Martin Luther King, el fallecimiento de su padre (“Me cuesta dar cuenta de cómo fue verle la cara. En todo caso, estaba totalmente irreconocible… Era la cara de la muerte”), son apenas unas pinceladas en su Cuaderno, como si Bergman necesitara darse a sí mismo un anclaje con la realidad para luego volver a sumergirse en esa zona lindante entre el sueño y la vigilia –su famosa “hora del lobo”- de la que nacía su cine. “Me tomo una pausa con la Sarabande. Tengo que distanciarme un poco. Y ver qué está bien y qué está mal y qué hay que hacer”, escribe el 13 de agosto de 2001. Será su última película. Y poco después redacta una nueva escena, en la que Bergman parece prefigurar lo que sucederá con su Cuaderno de trabajo cuando él haya muerto: “Karin está sola en Sjöstugan y piensa si va a marcharse o no. En contra de su costumbre, se pone a revolver entre las cosas de Henrik y ahí están sus diarios, en el último estante, pulcramente alineados y con la indicación del año. Saca y empieza a leer…”
@P12