Argentina | Shakira en el Campo de Polo, una usina de pasiones | 65 mil personas en la primera fecha

Argentina | Shakira en el Campo de Polo, una usina de pasiones | 65 mil personas en la primera fecha
“Shakira, te amo”, fue la inscripción que faltó ver en la noche del viernes entre la avalancha de merchandising callejero y oficial que desbordó al Campo de Argentino de Polo y sus inmediaciones. Aunque también hubo grupos de amigas que espontáneamente prepararon remeras alusivas a la artista con las que se uniformaron al ingresar al predio. En la mecánica de las emociones, la manifestación reincide una y otra vez en el plano de lo tácito. Y frente al deseo de no recalar en la obviedad, el mutismo se tornó en la constante. Sin embargo, asistir a un recital de la colombiana es una usina de pasiones que no deja de bombear, tanto arriba como abajo del escenario. Esa situación retroalimentaria transformó a su performance en un fenómeno único, en la apología a la festividad, en la feligresía marciana.

Ella es sin duda el barrilete cósmico de la canción latina. Así como Víctor Hugo Morales se lo preguntó al Diego cuando relató ese gol contra los ingleses, estaría bueno saber de qué planeta vino. Es inaudito que haga lo que hace, como convertir a sus caderas, cada vez que la posee su abolengo libanés, en un arma letal (en un pasaje del show en las pantallas se leyó “Las caderas nunca mienten”). Capaz de vibrar en una frecuencia que puede hacer volar todo por los aires. De hecho, sucede, y eso es lo fascinante de su vivo: está a la altura del vodevil avant garde de Madonna, pero, antes que transgredir, apela por lo naíf. Al igual que Óscar Wao, el personaje que inmortalizó el escritor de origen dominicano Junot Díaz, la barranquillera es sensiblera en demasía. Lo que le otorga una dimensión profunda y sublime.

A pesar de que logró romper con esa idiosincrasia bananera con la que Hollywood estereotipó al latinoamericano para cargarla de modernidad, Shakira (de la misma forma que Óscar Wao) quiere encontrar al amor de su vida. Pasa que en este momento, o más bien desde hace un rato, está desilusionada y con el corazón roto. Luego de 12 años de idilio, en 2022 se separó del hoy ex futbolista Gerard Piqué, padre de sus dos criaturas. Y la cosa no terminó nada bien. Al punto de que cada vez que puede, le pega con un caño. De lo que dan fe la letra de la” Bzrp Music Sessions, Vol. 53″ o las de su más reciente disco de estudio, Las mujeres ya no lloran (2024), título que inspiró la gira mundial que la trajo de vuelta a Buenos Aires, tras siete años de ausencia.

En la primera de las dos funciones de esta escala del tour (la segunda estaba agendada para el sábado), la diva deleitó a las 65 mil personas que asistieron, entre las que despuntó su fandom, las “ShakiFans”, conformado por mujeres de todas las edades a las que se les identificaba mediante el “caderín” (cinturón lleno de monedas característico de la danza del vientre), con un espectáculo que conceptualmente versó sobre el empoderamiento y la resiliencia. El dispositivo para llevar adelante la propuesta fue la imagen: recurriendo al formato del videoclip para sostener a cada canción (con el steadycam como eje para relatar historias en tiempo real, tipo road movie) y haciendo hincapié en el color rosa. Sin embargo, a contracorriente de su imaginario inocente, le dio una connotación cargada de fortaleza.

Antes de subirse al tablado, la artista apareció en un carrito de golf que la dejó en el costado derecho del Campo VIP. Ahí la esperaba un grupo de fans elegidos previamente y vestido en plan murguero o de bloco carnavalesco. Luego de que dejó de sonar la suerte de samba “Caloris”, Shakira, escoltada por esa troupe, ingresó por un pasillo que conectaba con el escenario, al ras del público y mientras cantaba “La fuerte”, house que firmó con Bizarrap en Las mujeres ya no lloran. Una vez arriba, no sólo se sacó los anteojos de sol galácticos que llevaba puestos, sino también los pantalones, luciendo un vestido corto rosa. Entonces siguió fluyendo al calor de la música dance, de la mano de “Girl Like Me” (tema que grabó con Black Eyed Peas), “Las de la intuición” y una versión aún más bailable de su hit “Estoy aquí”.

“Buenos Aires, esta noche somos uno. No saben las ganas que tenía de venir a una ciudad que siento tan mía. Contaba los días y las horas para estar con ustedes”, espetó la cantante en la primera alocución de las dos horas y media de show. Y se colgó por primera vez la guitarra (en este caso acústica) al momento de hacer “Empire”, y acto seguido desenfundó una versión más rockera de otro clásico suyo, “Inevitable”. Si un rasgo sorprendió en este reencuentro con el público argentino fueron sus ganas de rockearla, lo que más tarde patentó en las reinvenciones de “Don’t Bother”, “Poem to a Horses” y “Pies descalzos, sueños blancos”, para los que recurrió a la guitarra eléctrica. Y de los que hubiera estado orgulloso uno de sus máximos ídolos, Gustavo Cerati, al que recordó durante su actuación.

A propósito de esta última canción, que dio título a su tercer disco, Shakira evolucionó de manera tornasolada, al igual que las pulseras de luces al estilo de Coldplay que entregaban en el ingreso (el público se la podía llevar a casa en calidad de souvenir), cuyos colores latían según el estado de ánimo del tema. Ella pasó de ser un fenómeno pop local a una colombiana universal, y así suena su música en la actualidad. Si bien “La bicicleta”, su colaboración con Carlos Vives, sigue sonando a reggaetón vallenatero, al menos en vivo tomó una dimensión más picante, como si hubiera sido reinventada por Pharrell Williams. Transformación que atravesó asimismo a su éxito “La tortura”, en la que originalmente participa Alejandro Sanz, y que se mimetiza a la perfección con el dembow de “Chantaje”, donde cuenta con la complicidad de Maluma.

Ese mestizaje sideral también estuvo latente cuando evocó “Suerte” y en los merengues house “Addicted to Love” y “Loca”. O en la versión afro punk de la tanguera “Te aviso, te anuncio” y en “Waka Waka”, con el que se fue al bis. Previo al remate con “Loba” (inflaron una loba de aire inmensa para la ocasión) y “Bzrp Music Sessions” (no estuvo su coautor), la artista se prestó para varias coreografías con un cuerpo de baile en constante mutación y tuneo, perreó, hizo catarsis, arengó a esa masa entregada y hasta fue recreada en las visuales como la sirena del reggaetón “Copa vacía”. Cantó además junto a sus hijos (ellos lo hicieron desde las pantallas) “Akróstico” y lideró a una banda descomunal. Pero, pese todos los condimentos, nunca perdió el foco de la performance: una loba cuida de su manada por sobre todas las cosas.

@P12