Ella es sin duda el barrilete cósmico de la canción latina. Así como Víctor Hugo Morales se lo preguntó al Diego cuando relató ese gol contra los ingleses, estaría bueno saber de qué planeta vino. Es inaudito que haga lo que hace, como convertir a sus caderas, cada vez que la posee su abolengo libanés, en un arma letal (en un pasaje del show en las pantallas se leyó “Las caderas nunca mienten”). Capaz de vibrar en una frecuencia que puede hacer volar todo por los aires. De hecho, sucede, y eso es lo fascinante de su vivo: está a la altura del vodevil avant garde de Madonna, pero, antes que transgredir, apela por lo naíf. Al igual que Óscar Wao, el personaje que inmortalizó el escritor de origen dominicano Junot Díaz, la barranquillera es sensiblera en demasía. Lo que le otorga una dimensión profunda y sublime.
En la primera de las dos funciones de esta escala del tour (la segunda estaba agendada para el sábado), la diva deleitó a las 65 mil personas que asistieron, entre las que despuntó su fandom, las “ShakiFans”, conformado por mujeres de todas las edades a las que se les identificaba mediante el “caderín” (cinturón lleno de monedas característico de la danza del vientre), con un espectáculo que conceptualmente versó sobre el empoderamiento y la resiliencia. El dispositivo para llevar adelante la propuesta fue la imagen: recurriendo al formato del videoclip para sostener a cada canción (con el steadycam como eje para relatar historias en tiempo real, tipo road movie) y haciendo hincapié en el color rosa. Sin embargo, a contracorriente de su imaginario inocente, le dio una connotación cargada de fortaleza.
“Buenos Aires, esta noche somos uno. No saben las ganas que tenía de venir a una ciudad que siento tan mía. Contaba los días y las horas para estar con ustedes”, espetó la cantante en la primera alocución de las dos horas y media de show. Y se colgó por primera vez la guitarra (en este caso acústica) al momento de hacer “Empire”, y acto seguido desenfundó una versión más rockera de otro clásico suyo, “Inevitable”. Si un rasgo sorprendió en este reencuentro con el público argentino fueron sus ganas de rockearla, lo que más tarde patentó en las reinvenciones de “Don’t Bother”, “Poem to a Horses” y “Pies descalzos, sueños blancos”, para los que recurrió a la guitarra eléctrica. Y de los que hubiera estado orgulloso uno de sus máximos ídolos, Gustavo Cerati, al que recordó durante su actuación.
Ese mestizaje sideral también estuvo latente cuando evocó “Suerte” y en los merengues house “Addicted to Love” y “Loca”. O en la versión afro punk de la tanguera “Te aviso, te anuncio” y en “Waka Waka”, con el que se fue al bis. Previo al remate con “Loba” (inflaron una loba de aire inmensa para la ocasión) y “Bzrp Music Sessions” (no estuvo su coautor), la artista se prestó para varias coreografías con un cuerpo de baile en constante mutación y tuneo, perreó, hizo catarsis, arengó a esa masa entregada y hasta fue recreada en las visuales como la sirena del reggaetón “Copa vacía”. Cantó además junto a sus hijos (ellos lo hicieron desde las pantallas) “Akróstico” y lideró a una banda descomunal. Pero, pese todos los condimentos, nunca perdió el foco de la performance: una loba cuida de su manada por sobre todas las cosas.
@P12