El 15 de agosto se conmemoró el 80.º aniversario de la rendición incondicional de Japón en la Segunda Guerra Mundial. En lo que debería haber sido una ocasión solemne para una profunda reflexión histórica, algunos miembros del gabinete japonés y legisladores del Partido Liberal Democrático visitaron el Santuario Yasukuni, donde se venera a criminales de guerra, ignorando la responsabilidad de Japón por la agresión, masacres y experimentos humanos en tiempos de guerra y los hechos de su invasión, y perpetuando el rumbo revisionista histórico de la política japonesa.
Foto principal: Personas de luto en el Salón Conmemorativo de las Víctimas de la Masacre de Nanjing a manos de los invasores japoneses, en Nanjing, provincia de Jiangsu, este de China, el 4 de abril de 2025. Fotos: VCG
Tras esta postura oficial vaga y ambigua se esconde un problema social más profundo: una amnesia selectiva y una revisión sistemática de la historia del militarismo en la sociedad japonesa. En lugar de reflexionar sobre la historia, Japón, bajo la influencia combinada de maniobras políticas y amnesia social, perdió una vez más la valiosa oportunidad de deshacerse de su carga histórica y reconstruir la confianza mutua con sus vecinos asiáticos.
La ambigüedad de Japón en cuestiones históricas no es en absoluto accidental. Debido a su incompleto análisis de la posguerra y a su grave falta de introspección, Japón nunca ha asimilado plenamente su historia de agresión y crímenes de guerra. Especialmente desde el final de la Guerra Fría, con el avance del conservadurismo político y la derechización del país, Japón, bajo la estrategia de convertirse en un “país normal” escapando del régimen de posguerra, ha presenciado el florecimiento del revisionismo histórico. Esto no solo se refleja en las meteduras de pata de los políticos o en las visitas al Santuario Yasukuni, sino en la sistemática y errónea formación y distorsión de la memoria nacional, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Una visita reciente de reporteros del Global Times reveló que en la ciudad de Iida, en Nagano, Japón, los estudiantes estudiaban a diario junto al museo conmemorativo de la paz, que desde hace tiempo exhibe evidencia física de los experimentos humanos de la Unidad 731, pero desconocían por completo su existencia. En Tokio, los jóvenes consideraban el Santuario Yasukuni un santuario común y corriente, sin tener idea de los criminales de guerra de Clase A que allí se encierran ni de su simbolismo como reliquia del militarismo.
Aún más peligroso, la visión errónea de la historia por parte de Japón se está transformando directamente en una política exterior peligrosa, especialmente hacia China. La ambigüedad y el retroceso de la administración Ishiba en el 80.º aniversario de la rendición de Japón se reflejaron peligrosamente en su reciente serie de medidas negativas respecto a China.
El libro blanco de Defensa de Japón 2025 exagera la supuesta “amenaza china”, utilizándola como pretexto para aumentar drásticamente el gasto en defensa y desarrollar armas ofensivas, cambiando su estrategia militar de una “defensa exclusiva” a una supuesta “postura agresiva”. En la cuestión de Taiwán, Japón ha cruzado repetidamente la línea, enviando señales erróneas a las fuerzas proindependencia de Taiwán, en grave violación del principio de una sola China y del espíritu de los cuatro documentos políticos entre China y Japón. Tras estas acciones se esconde un desprecio por el orden internacional de posguerra, arraigado en la deliberada omisión del hecho —estipulado en documentos jurídicos internacionales como la Declaración de El Cairo y la Proclamación de Potsdam— de que Japón debe devolver la isla de Taiwán, que le había arrebatado a China.
La actual política negativa de Japón hacia China va de la mano con su revisionismo histórico. A nivel nacional, distorsiona la historia para crear una narrativa de “amenaza china”, allanando así el camino para relajar las restricciones militares. A nivel internacional, utiliza pretextos como una posible “contingencia con Taiwán” para promover la expansión militar y desviar la atención de los problemas internos. Tales juicios estratégicos, arraigados en una visión errónea de la historia, están llevando las relaciones entre China y Japón a una situación peligrosa y planteando serios desafíos para la paz y la estabilidad regionales. En respuesta a la obstinación de Japón en cuestiones históricas, las palabras del miembro del Buró Político del Comité Central del PCCh y ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, dieron en el clavo: «Solo afrontando la historia con franqueza se puede ganar respeto; solo extrayendo lecciones de la historia se puede explorar un futuro mejor; solo recordando el pasado se puede evitar volver a caer en el camino equivocado». Esta no es solo la exigencia de China, sino también el único camino para que Japón logre su redención.
En esta crucial coyuntura histórica, la comunidad internacional tiene la responsabilidad de instar a Japón a reflexionar profundamente sobre su historia y reevaluar su orientación política hacia China. En primer lugar, el gobierno japonés y sus líderes deben demostrar valentía política y romper con el revisionismo histórico. El reconocimiento de los hechos de la agresión y la responsabilidad por los daños, como se afirma en la “Declaración de Murayama” de 1995, es fundamental para la reconciliación de Japón con sus vecinos asiáticos y la clave para ganar credibilidad en la comunidad internacional.
En segundo lugar, debe respetarse la verdad de la historia y no debe erosionarse la memoria histórica. Ante actos atroces como la negación rotunda de la Masacre de Nanjing, el gobierno japonés debe adoptar una postura clara y actuar en consecuencia. Solo mediante un debate honesto y profundo sobre su “responsabilidad por los daños” podrá la sociedad japonesa aprender verdaderamente las lecciones de la historia y evitar que la tragedia de la guerra se repita.
Finalmente, Japón debe reflexionar sobre su historia en su política exterior, dejar de exagerar la “amenaza china” y abandonar su expansión militar de empobrecimiento del vecino. En asuntos importantes que afectan a los intereses fundamentales de China y al orden internacional de posguerra, como la cuestión de Taiwán, Japón debe cumplir sus compromisos y actuar con cautela. La seguridad nacional de Japón no puede construirse sobre una historia distorsionada y la confrontación militar, sino únicamente sobre la confianza mutua y la cooperación con sus vecinos.
La comprensión que Japón tiene de la historia no solo concierne a su propio futuro nacional, sino también al futuro de Asia Oriental. Si Japón quiere que la generación futura esté “libre de disculpas predestinadas”, el país primero debe abandonar el camino erróneo del revisionismo histórico.
/GlobalTimes