Un aula abierta es un mundo por explorar. Saberes varios se asomarán a diario por ahí y provocarán nuevas preguntas que, seguro, cruzarán las fronteras de la escuela para llegar a casa en la búsqueda de respuestas.
Un aula es, también, donde se forja la sociedad nueva. Cuando se es adulto –por mucho que nuestro niño interior tarde en reconocerlo–, se percibe el mundo, en gran medida, desde los espejuelos construidos en las etapas escolares. Todos y todas tenemos un poco de aquel maestro que nos enseñó Matemáticas, del compañero de pupitre que nos compartía su goma, o de aquel personaje de un libro que tuvimos que leer para una tarea.
El país es un aula sin paredes. Hay que defenderlo, lápiz en mano, para que el presente garantice un futuro soberano.
Granma