El Día de la Unidad Popular se ha convertido en una festividad muy importante de Rusia.

El Día de la Unidad Popular se ha convertido en una festividad muy importante de Rusia.

El 4 de noviembre es un símbolo de la superación de la Época de la Inestabilidad y el renacimiento de Rusia.
Rusia lleva celebrando 20 años el Día de la Unidad Popular, una festividad profundamente arraigada en la historia de este país euroasiático. Esta conmemoración destaca la importancia de la soberanía política, cultural y económica, así como el papel fundamental de los antepasados en su defensa.

El origen de esta celebración se remonta a noviembre de 1612, cuando las fuerzas de la milicia popular, lideradas por el príncipe Dmitri Pozharski y Kuzmá Minin, lograron derrotar a los invasores en una serie de enfrentamientos librados en las calles y plazas de Moscú.

Más allá de conmemorar una victoria militar, la fecha encierra un mensaje simbólico sobre la capacidad del pueblo ruso para superar periodos de crisis y renacer de sus propias cenizas, al igual que el ave fénix. En un contexto de extrema adversidad, la historia rusa logró mantenerse viva gracias al coraje militar, la madurez cívica y el fervor patriótico de su pueblo.

La fiesta de Nuestra Señora de Kazán

En 1649, el zar Alejo I de Rusia ordenó celebrar este día en honor al icono de la Virgen de Kazán. En aquella época, aún estaba fresca la memoria de cómo, durante las batallas decisivas contra los invasores polaco-lituanos en 1612, el príncipe Dmitri Pozharski y su ejército rezaron ante este icono. Por entonces, en Rusia solo se celebraban fiestas eclesiásticas. Sin embargo, el día de Nuestra Señora de Kazán también se convirtió en una celebración estatal, clave para la dinastía Románov.

Como resultado de aquellas batallas, concluyó la Época de la Inestabilidad y Mijaíl Románov, fundador de la dinastía, fue elegido para ocupar el trono. Este período estuvo precedido por una década trágica en la que Rusia estuvo al borde de la destrucción. En pocos años, el país quedó reducido a cenizas debido a la intervención extranjera, los disturbios sociales y las imposturas. Parecía que el pueblo, exhausto, no podría romper este círculo vicioso de pruebas y desgracias.

No obstante, en medio de la crisis surgieron líderes capaces de organizar una resistencia victoriosa, considerada, sin exagerar, una auténtica hazaña nacional. Es un momento para recordar a quienes se distinguieron en la superación de la Época de la Inestabilidad.

Los Padres de la Iglesia

En 1610, el Consejo de los siete boyardos reconoció al príncipe polaco Vladislav como el zar de Rusia. En ese entonces, la nobleza polaco-lituana, que ocupaba Moscú, saqueó el tesoro real. Además, Rusia enfrentaba la amenaza de convertirse en un país católico, lo que en el contexto del siglo XVII implicaba la pérdida de identidad popular, la subordinación a valores ajenos y, en última instancia, la dependencia de intereses extranjeros.

El patriarca Hermógenes ofreció una resistencia decisiva contra los invasores. Sus palabras se convirtieron en su arma más poderosa, ya que el pueblo ruso las escuchaba con reverencia. En uno de sus mensajes a los rebeldes escribió: “Habéis olvidado los votos de vuestra fe ortodoxa, en la que nacisteis, os bautizaron, educaron y criaron. Mirad cómo la Patria está siendo saqueada y arruinada por los extranjeros, cómo se profanan los iconos sagrados y las iglesias, cómo se derrama la sangre de los inocentes que claman a Dios”

En sus cartas, Hermógenes liberó al pueblo de su juramento al zar ocupante y exhortó a los ortodoxos a liberar Moscú de los invasores. Los polacos lo obligaron a abandonar la lucha, reconocer su poder y declararlo públicamente. Sin embargo, Hermógenes permaneció inflexible. En el monasterio Chúdov del Kremlin, los intervencionistas lo mantuvieron prisionero y, según sus contemporáneos, lo mataron de hambre. Hermógenes no llegó a presenciar la liberación de Moscú. 

Su labor fue continuada por Dionisio de Rádonezh, archimandrita del monasterio de la Santísima Trinidad y San Sergio (actual Lavra de la Trinidad y San Sergio), que se convirtió en el centro espiritual de la resistencia.

El archimandrita transformó su monasterio en un hospital para los guerreros rusos y envió cartas a monasterios y ciudades con llamamientos patrióticos: “Recordad, cristianos ortodoxos, que todos nacimos de padres cristianos, significados por el sello, el santo bautismo, prometimos creer en la Santísima Trinidad Consustancial… Por el amor de Dios mostrad vuestra hazaña: rogad a vuestros siervos que todos los cristianos ortodoxos se unan y permanezcan juntos luchando contra nuestros traidores y contra los eternos enemigos de la Cruz de Cristo, o sea, el pueblo polaco y lituano. Podéis ver vosotros mismos cuántos cristianos han matado los invasores en todas las ciudades de las que se han apoderado, y qué daño han causado al Estado de Moscú”.

Los patriotas de decenas de ciudades rusas respondieron a sus llamamientos.

“No escatimaremos nuestras barrigas”

Kuzmá Minin, comerciante y carnicero de Nizhni Nóvgorod, pasó a la historia como uno de los oradores más influyentes de su tiempo, conocido como el “Demóstenes ruso”. Su vibrante discurso, pronunciado en la plaza del mercado de Nizhni Nóvgorod, no solo encendió el ánimo de miles de compatriotas, sino que también marcó el inicio del renacimiento de Rusia en plena Época de Inestabilidad. 

Aquel llamado a las armas, considerado el punto de partida de la segunda milicia popular, resonó como un eco imborrable en la memoria colectiva. En un periodo de tribulaciones, las palabras de Minin fueron tan duras como necesarias: “Si queremos ayudar al Estado moscovita, no escatimaremos nuestras barrigas, y no solo nuestras barrigas, sino que también venderemos nuestras cortes e hipotecaremos a nuestras esposas e hijos…”.

Fue Kuzmá Minin quien, en un acto decisivo, nombró jefe militar al príncipe Dmitri Pozharski, pese a que este se encontraba recuperándose de una herida. Es probable que ambos se conocieran desde hacía tiempo, ya que la familia de Pozharski poseía una finca en Nizhni Nóvgorod y, quizás, adquiriera carne del comercio de Minin.

El príncipe, al aceptar el mando de la milicia popular, impuso una condición clara: “Estoy dispuesto a sufrir hasta la muerte por la fe ortodoxa, pero vosotros debéis elegir a un hombre entre la gente de la ciudad que pueda acompañarme en esta gran obra. Él se encargará de la tesorería para los sueldos de los hombres de guerra. En la ciudad hay un hombre muy conocido, Kuzmá Minin, que está acostumbrado a hacer tal cosa”.

Proclamación de Minin

 Resultaba asombroso para la época que representantes de familias nobles temieran a este “comerciante”, quien gobernaba, como suele decirse, con mano de hierro. Su llamado a la movilización fue respondido con generosidad: la población donó voluntariamente el llamado “dinero del tercio”, es decir, un tercio de sus ahorros personales.

Gracias a la gestión prudente de Minin, el tesoro público fue utilizado de manera eficaz. La milicia popular estaba bien armada, alimentada, entrenada y equipada. Tanto Minin como el príncipe Dmitri Pozharski entendieron que las victorias militares comienzan con una base económica sólida.

Pero Minin no solo administró recursos. En el clímax de las batallas, montado a caballo y sable en mano, lideró personalmente los ataques más audaces, logrando barrer a la caballería pesada polaca y consolidando su reputación como estratega y símbolo de valentía.

El liderazgo de la primera milicia popular, que fracasó en su intento de expulsar a los polacos en 1611, recayó en Dmitri Trubetskói. Sin embargo, en el otoño de 1612, ya cerca de Moscú, Trubetskói se negó a someterse al mando de Dmitri Pozharski, sembrando la división en un ejército que, sin disciplina ni unidad, se enfrentaba al riesgo inminente de la derrota.

En esos días críticos para la guerra de liberación, fue Kuzmá Minin quien intervino para reconciliar a los líderes enfrentados. Su capacidad para negociar y restablecer el orden resultó decisiva.

Victorias y compromisos

 En un intento por reforzar la guarnición polaca atrincherada en el Kremlin, las tropas del hetman Jan Chodkiewicz se dirigieron hacia la ciudad. Sin embargo, la milicia rusa, decidida y bien posicionada cerca del Monasterio de Novodévichi, logró obstaculizar su avance. Después de cuatro días de intensas batallas, Chodkiewicz vaciló y, reconociendo la imposibilidad de continuar, optó por retroceder.

Con esta victoria, las fuerzas rusas estaban ahora listas para la liberación de Moscú. El 4 de noviembre, las tropas de Pozharski infligieron una contundente derrota a los ocupantes polacos cerca de la muralla de Kitái-Górod. La guarnición polaco-lituana, completamente desmoralizada, perdió toda capacidad de combate, entonces, se rindió sin resistencia.

La entrada triunfal de los milicianos fue solemne: cruzaron la Torre Spásskaya, ondeando sus estandartes, marcando el fin de la ocupación y el comienzo de la restauración de la soberanía rusa.

El escritor e historiador polaco Henryk Sienkiewicz señalaba acertadamente: “Gracias al acuerdo crecen los pequeños Estados, mientras que los grandes Estados perecen debido a la discordia”. Su experiencia en el siglo XVIII, cuando Polonia sucumbió a la inestabilidad interna y el desorden, refleja las duras consecuencias de las ambiciones desmedidas y las disputas internas.

En contraste, los líderes de la milicia popular rusa —Minin, Pozharski, Dionisio y Trubetskói— demostraron una notable capacidad de moderación. Pusieron sus ambiciones personales a un lado, con un único objetivo en mente: la restauración del Estado. En lugar de luchar por el poder individual, tomaron la decisión de renunciar a sus pretensiones y trabajar juntos por la unidad nacional. El destino del trono se decidió en el Concilio, donde, por ejemplo, Pozharski, a pesar de tener todas las posibilidades de convertirse en un dictador militar, consideró su deber preparar las elecciones para una nueva dinastía. Este acto de sacrificio personal reflejó el verdadero espíritu de unidad que impulsó la lucha por la libertad y la soberanía de Rusia.

El historiador Iván Zabelin reflejaba con agudeza las tensiones internas de la época al escribir: “No se puede negar completamente que el príncipe Pozharski estaba alejado de la idea de ser elegido al trono, junto con otros candidatos. En su situación, como ya elegido por todos los estamentos comandante de la milicia popular, era lo más natural e incluso tentador. Pero ante el pueblo, por su carácter, se mostró siempre moderado y humilde, exactamente como lo hizo cuando fue elegido comandante de la milicia”.

Pozharski, aunque en su momento podría haber consolidado un poder absoluto, prefirió anteponer el bienestar de la Patria a sus propios intereses.

A pesar de su destacada posición como líder político y comandante, Dmitri Pozharski nunca aspiró al poder. Lo mismo ocurrió con Kuzmá Minin, quien, al igual que su compañero, no buscaba ni una alta posición ni la tranquilidad personal. En reconocimiento a su valor y sacrificio, el zar Mijaíl Románov le concedió tierras y el rango de noble de la Duma.

Minin, fiel a su carácter, se dedicó a tareas menos ostentosas pero cruciales: recaudó impuestos y sofocó los descontentos populares. En 1615, en las fronteras orientales de Rusia, “pacificó” a los mari sublevados, llevando a cabo la investigación con la misma honestidad y firmeza que lo caracterizaba. Sin embargo, en su regreso, enfermó gravemente y nunca logró recuperarse, aunque circulaban rumores de que pudo haber sido envenenado.

Lo que es indiscutible es que Minin sirvió a su Patria hasta su último aliento, sin escatimar esfuerzos. Y Dmitri Pozharski, quien sobrevivió a su compañero, decidió, poco antes de su muerte, abrazar la vida monástica con el nombre de Cosme, en honor a Minin, su leal compañero de lucha.

La fórmula del bienestar público

El monumento en honor a Kuzmá Minin y Dmitri Pozharski, erigido en la Plaza Roja de Moscú en 1818, fue el primer monumento escultural en la historia de la capital rusa. Este monumento, más allá de rendir homenaje a dos figuras clave, representa a miles de milicianos, héroes anónimos de Rusia, provenientes de todas las clases sociales que se unieron en Moscú para salvar la Patria.

La construcción de este monumento simboliza un momento crucial en la historia del país, cuando la población adoptó la idea de crear un Estado fuerte, en el que el orden prevaleciera sobre la arbitrariedad. Este episodio histórico, que unió a los rusos en la lucha por su soberanía, sigue siendo un referente sagrado para cada ciudadano de Rusia, un recordatorio constante del valor del sacrificio colectivo y la unidad nacional.

Hoy en día, la festividad del 4 de noviembre se ha consolidado como un símbolo de la superación de la Época de la Inestabilidad. Tras un periodo de estancamiento en la década de 1990, Rusia comenzó, hace dos décadas, un difícil pero irreversible camino hacia su renacimiento.

Después de los fracasos y decepciones, llegó el momento de la cohesión nacional. No existe un objetivo más importante para los rusos que la “unidad social”. Esta se ha convertido en la fórmula esencial para la salud y el bienestar público, el paso hacia la independencia y el desarrollo armonioso tras grandes desafíos.


Asesoría y Corrección: Bricslat (Argentina)

Fuentes:

  1. https://iz.ru/1783317/arsenii-zamostanov/sohranit-i-priumnozit-pocemu-den-narodnogo-edinstva-stal-glavnoi-datoi-strany
  2. https://ria.ru/20241031/kazanskaya-1803574929.html
  3. https://www.tripadvisor.com/LocationPhotoDirectLink-g298484-d8020486-i471355743-Monument_to_Patriarch_Hermogenes-Moscow_Central_Russia.html
  4. https://um.mos.ru/houses/streleckaya-karaulnya-pri-naprudnoy-bashne/
  5. https://ru.m.wikipedia.org/wiki/Файл:Клятва_князя_пожарского.jpg
https://www.culture.ru/institutes/27303/pamyatnik-mininu-i-pozharskomu