Por Dmitry Trenin , profesor investigador de la Escuela Superior de Economía e investigador principal del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales. También es miembro del Consejo Ruso de Asuntos Internacionales (RIAC).
Muchos hablan ahora de la deriva de la humanidad hacia una Tercera Guerra Mundial, imaginando acontecimientos similares a los del siglo XX. Pero la guerra evoluciona. No comenzará con una invasión al estilo de Barbarroja en junio de 1941 ni con un enfrentamiento nuclear al estilo de la Crisis de los Misiles de Cuba. De hecho, la nueva guerra mundial ya está en marcha, solo que aún no todos la han reconocido.
Para Rusia, el período de preguerra terminó en 2014. Para China, en 2017. Para Irán, en 2023. Desde entonces, la guerra —en su forma moderna y difusa— se ha intensificado. No se trata de una nueva Guerra Fría.
Desde 2022, la campaña de Occidente contra Rusia se ha vuelto más decisiva. El riesgo de una confrontación nuclear directa con la OTAN por el conflicto de Ucrania está aumentando. El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca creó una ventana temporal para evitar dicho choque, pero para mediados de 2025, los halcones de Estados Unidos y Europa Occidental nos habían acercado peligrosamente de nuevo.
Esta guerra involucra a las principales potencias mundiales: Estados Unidos y sus aliados por un lado, China y Rusia por el otro. Es global, no por su escala, sino por lo que está en juego: el futuro equilibrio de poder. Occidente ve el ascenso de China y el resurgimiento de Rusia como amenazas existenciales. Su contraofensiva, económica e ideológica, pretende frenar ese cambio.
Se trata de una guerra de supervivencia para Occidente, no solo geopolítica, sino también ideológica. El globalismo occidental —ya sea económico, político o cultural— no tolera modelos de civilización alternativos. Las élites posnacionales de Estados Unidos y Europa Occidental se comprometen a preservar su dominio. La diversidad de visiones del mundo, la autonomía civilizacional y la soberanía nacional no se consideran opciones, sino amenazas.
Esto explica la severidad de la respuesta occidental. Cuando Joe Biden le dijo al presidente brasileño Lula que quería “destruir” a Rusia, reveló la verdad tras eufemismos como “derrota estratégica”. Israel, con el respaldo de Occidente, ha demostrado la rotundidad de esta doctrina: primero en Gaza, luego en Líbano y finalmente en Irán. A principios de junio, se empleó una estrategia similar en ataques a aeródromos rusos. Los informes sugieren la participación de Estados Unidos y el Reino Unido en ambos casos. Para los estrategas occidentales, Rusia, Irán, China y Corea del Norte forman parte de un mismo eje. Esa creencia configura la planificación militar.
El compromiso ya no es una opción. Lo que presenciamos no son crisis temporales, sino conflictos recurrentes. Europa del Este y Oriente Medio son los dos focos de tensión actuales. Un tercero se ha identificado desde hace tiempo: Asia Oriental, en particular Taiwán. Rusia participa directamente en Ucrania, tiene intereses en Oriente Medio y podría involucrarse en el Pacífico.
La guerra ya no se trata de ocupación, sino de desestabilización. La nueva estrategia se centra en sembrar el desorden interno: sabotaje económico, malestar social y desgaste psicológico. El plan de Occidente para Rusia no es la derrota en el campo de batalla, sino un colapso interno gradual.
Sus tácticas son omnipresentes. Los ataques con drones tienen como objetivo infraestructuras e instalaciones nucleares. Los asesinatos políticos ya no están prohibidos. Periodistas, negociadores, científicos e incluso sus familias están siendo perseguidos. Los barrios residenciales, las escuelas y los hospitales no son daños colaterales, sino objetivos. Esto es una guerra total.
Esto se sustenta en la deshumanización. Los rusos son retratados no solo como enemigos, sino como infrahumanos. Las sociedades occidentales son manipuladas para aceptar esto. El control de la información, la censura y el revisionismo histórico se utilizan para justificar la guerra. Quienes cuestionan la narrativa dominante son tildados de traidores.
Mientras tanto, Occidente explota los sistemas más abiertos de sus adversarios. Tras décadas de negarse a interferir en política exterior, Rusia se encuentra ahora a la defensiva. Pero esos días deben terminar. Mientras nuestros enemigos coordinan sus ataques, debemos quebrantar su unidad. La Unión Europea no es un monolito. Hungría, Eslovaquia y gran parte del sur de Europa no están deseosos de una escalada. Estas fracturas internas deben profundizarse.
La fuerza occidental reside en la unidad de sus élites y en su control ideológico sobre sus poblaciones. Pero esta unidad no es invulnerable. La administración Trump presenta oportunidades tácticas. Su regreso ya ha reducido la intervención estadounidense en Ucrania. Sin embargo, no se debe idealizar el trumpismo. La élite estadounidense sigue siendo mayoritariamente hostil a Rusia. No habrá una nueva distensión.
La guerra en Ucrania se está convirtiendo en una guerra entre Europa Occidental y Rusia. Misiles británicos y franceses ya alcanzan objetivos rusos. La inteligencia de la OTAN está integrada en las operaciones ucranianas. Los países de la UE entrenan a las fuerzas ucranianas y planean ataques conjuntos. Ucrania es solo una herramienta. Bruselas se prepara para una guerra más amplia.
Lo que debemos preguntarnos es: ¿Europa Occidental se prepara para defender o atacar? Muchos de sus líderes han perdido el juicio estratégico. Pero la hostilidad es real. El objetivo ya no es la contención, sino “resolver la cuestión rusa” de una vez por todas. Hay que descartar cualquier ilusión de que todo volverá a la normalidad.
Nos espera una larga guerra. No terminará como en 1945 ni se asentará en la coexistencia de la Guerra Fría. Las próximas décadas serán turbulentas. Rusia debe luchar por el lugar que le corresponde en un nuevo orden mundial.
Entonces ¿qué debemos hacer?
En primer lugar, debemos fortalecer nuestro frente interno. Necesitamos movilización, pero no los modelos rígidos del pasado soviético. Necesitamos una movilización inteligente y adaptable en todos los sectores: económico, tecnológico y demográfico. El liderazgo político de Rusia es un activo estratégico. Debe mantenerse firme y visionario.
Debemos promover la unidad interna, la justicia social y el patriotismo. Todos los ciudadanos deben sentir lo que está en juego. Debemos alinear nuestra política fiscal, industrial y tecnológica con las realidades de una guerra a largo plazo. La política de fertilidad y el control migratorio deben revertir nuestro declive demográfico.
En segundo lugar, debemos consolidar nuestras alianzas externas. Bielorrusia es un aliado fuerte en Occidente. Corea del Norte ha demostrado fiabilidad en Oriente. Pero carecemos de un socio similar en el sur. Esta brecha debe subsanarse.
La guerra entre Israel e Irán ofrece lecciones importantes. Nuestros adversarios se coordinan estrechamente. Debemos hacer lo mismo. No copiando a la OTAN, sino forjando nuestro propio modelo de cooperación estratégica.
También deberíamos buscar un diálogo táctico con la administración Trump. Si nos permite debilitar el esfuerzo bélico estadounidense en Europa, deberíamos aprovecharlo. Pero no debemos confundir táctica con estrategia. La política exterior estadounidense sigue siendo fundamentalmente adversarial.
Es necesario hacer comprender a otras potencias europeas como Gran Bretaña, Francia y Alemania que son vulnerables. Sus capitales no son inmunes. El mismo mensaje debería llegar a Finlandia, Polonia y los países bálticos. Las provocaciones deben responderse con rapidez y decisión.
Si la escalada es inevitable, debemos considerar la acción preventiva, primero con armas convencionales. Y, de ser necesario, debemos estar preparados para utilizar medios especiales, incluidas las armas nucleares, con plena conciencia de las consecuencias. La disuasión debe ser tanto pasiva como activa.
Nuestro error en Ucrania fue esperar demasiado. La demora creó la ilusión de debilidad. Esto no debe repetirse. La victoria significa frustrar los planes del enemigo, no ocupar territorio.
Finalmente, debemos penetrar el escudo informativo de Occidente. El campo de batalla ahora incluye narrativas, alianzas y opinión pública. Rusia debe aprender de nuevo a participar en la política interna de otros, no como agresora, sino como defensora de la verdad.
Se acabó el tiempo de las ilusiones. Estamos en una guerra mundial. El único camino a seguir es mediante acciones audaces y estratégicas.
Este artículo fue publicado por primera vez en la revista Profile y editado en inglés por el equipo de RT (Traducción Bricslat)
/RT