• TEMA – Uruguay elige sin fervor entre dos carriles de la misma autopista

Raúl Pierri
Montevideo, 25 oct (Sputnik).- Uruguay decide este domingo entre la continuidad de un gobierno de raíz liberal y el regreso de la izquierda al poder, pero el electorado parece no estar demasiado entusiasmado por optar entre dos ofertas que se repiten en cada elección y que además muestran cada vez menos diferencias drásticas, al menos a primera vista.
Este país sudamericano de 3,3 millones de habitantes concluyó esta semana una campaña electoral que muchos consideraron “apática” respecto de otras anteriores, apenas con algunas muestras de fervor popular en los últimos días, con caravanas y actos multitudinarios.
Está lejos de notarse en las calles la efervescencia de cuando el hoy opositor Frente Amplio (centroizquierda) ganó por primera vez el gobierno en las elecciones de 2004, portando la bandera de la esperanza de superar la crisis económica y financiera de 2002, una de las más graves en la historia del país.
O, en todo caso, la expectativa de los reñidos últimos comicios, en 2019, cuando el hoy presidente Luis Lacalle Pou, del Partido Nacional (centroderecha), le ganó por apenas 30.000 votos en el balotaje al frentista Daniel Martínez y puso fin a 15 años de gobierno de izquierda.
La falta de pasión esta vez, señalada por la mayoría de los analistas locales y hasta por los propios referentes políticos, puede tener varios motivos, y uno de ellos puede ser la falta de novedades.
LOS DE SIEMPRE
Desde hace 25 años, tras una reforma constitucional que cambió las reglas electorales, los uruguayos se enfrentan siempre al mismo escenario: el Partido Nacional (los “blancos”) y el Partido Colorado (centroderecha), durante décadas rivales acérrimos, forman una alianza, a veces con otros partidos más, para enfrentar en el balotaje al Frente Amplio, que se consolidó como la principal fuerza política del país.
El actual candidato frentista, Yamandú Orsi, lidera de forma cómoda todas las encuestas de cara a esta primera instancia en las urnas, con alrededor del 44 por ciento de las intenciones de voto.
Pero, como no le alcanza para ganar directamente (para ello necesita el 50 por ciento más uno de los sufragios válidos), probablemente se deba enfrentar en una segunda instancia el 24 de noviembre al candidato nacionalista Álvaro Delgado, secretario de Presidencia en el Gobierno de Lacalle Pou y quien reúne hoy alrededor del 24 por ciento de los apoyos.
Está descontado que en el balotaje Delgado recibirá el respaldo de los demás socios en la denominada coalición “multicolor” o “republicana”, que además de blancos y colorados la integran Cabildo Abierto (derecha) y el Partido Independiente (centro), y que suman alrededor del 43 por ciento de las intenciones de voto.
Lo más novedoso en esta campaña quizás haya sido el estilo disruptivo del candidato colorado, Andrés Ojeda, quien con 40 años se presenta como la “nueva forma de hacer política”, apostando a spots polémicos que resaltan su personalidad y hasta su físico, aprovechando al máximo las redes sociales y despreciando los tradicionales actos de masas.
Si bien muestra una tendencia al alza en las encuestas (le otorgan hasta un 18 por ciento) que lo han envalentonado y le dan esperanza de poder cambiar el patrón de los últimos 20 años (cuando en el balotaje siempre se enfrentaron un blanco contra un frentista), todavía está por verse si realmente podrá robarle el lugar a Delgado en noviembre.
Pero no solo este escenario repetido podría ser una de las causas de la apatía electoral.
COINCIDENCIAS
El ambiente político uruguayo ha desarrollado varios consensos en los últimos años que se consolidan cada vez más como algo casi sagrado. La importancia de priorizar la estabilidad macroeconómica y garantizar la solidez del Estado son dos de ellos.
Cuando gobernó la izquierda, con las presidencias de Tabaré Vázquez (2005-2010 y 2015-2020) y José “Pepe” Mujica (2010-2015), demostró que no tenía una agenda radical de resistencia a las grandes corporaciones que ahuyentara al capital, como advertían sus críticos, y aplicó una economía mixta, manteniendo buenas relaciones con el mercado, pero preservando la esfera pública.
El Frente Amplio optó por una política de concesiones en vez de nacionalizaciones de empresas públicas, diferenciándose así de otros gobiernos de izquierda latinoamericanos, y honró a la vez el espíritu del “batllismo”, ideario del expresidente colorado José Batlle y Ordoñez (1903-1907 y 1911-1915) que consagró un Estado de bienestar en Uruguay y que es hoy casi una religión política transversal a todos los sectores.
Por su parte, Lacalle Pou no reencarnó la ambición neoliberal privatizadora que caracterizó a la administración de su padre, Luis Lacalle Herrera (1990-1995), y que sus adversarios podrían esperar. De hecho, mantuvo la presencia del Estado y casi no cambió políticas sociales, como las transferencias directas a sectores empobrecidos, y mantuvo oficinas como el Ministerio de Desarrollo Social, creado por el Frente Amplio.
Pese a su raíz conservadora y tener mayoría parlamentaria para hacerlo en ciertos casos, la coalición liderada por Lacalle Pou no se metió con derechos adquiridos durante los gobiernos frentistas en materia de igualdad de género, diversidad sexual o aborto, ni modificó leyes de vanguardia y polémicas como la regulación de la producción, distribución y comercialización de la marihuana.
Pero además hay coincidencias entre frentistas y “multicolores” en las prioridades urgentes del país: todos anotan en su lista la necesidad de abatir la inseguridad ciudadana y frenar cuanto antes al narcotráfico, de mejorar las cárceles y los sistemas de rehabilitación y reinserción, de reducir la pobreza infantil, de mantener y mejorar las transferencias sociales, de desarrollar un efectivo sistema de riego y de poner tope al déficit fiscal, entre otros.
CARRILES
De todas formas, pese a todas estas similitudes, hay en el fondo dos enfoques diferentes que pueden determinar rumbos distintos para el país.
La coalición de centroderecha ha priorizado el apoyo a los emprendedores y a las inversiones como generadores de trabajo y estimuladores de la economía. Son los “malla oro”, al decir del propio presidente Lacalle Pou cuando los comparó con los que en ciclismo lideran la competencia. Su administración hizo énfasis en liberar sus cargas impositivas y facilitarles los negocios.
En cambio, el Frente Amplio se enfoca en la distribución de la riqueza, y señala que los esfuerzos por el crecimiento económico deben ir acompañados de políticas que garanticen abatir la desigualdad social que, advierten, ha aumentado en los últimos cinco años.
Nada de esto, sin embargo, trasciende en los discursos de una campaña que se ha centrado en discusiones nimias.
El debate real en los medios y hasta en eventos públicos durante la campaña lo acaparó un plebiscito impulsado por la central sindical única Plenario Intersindical de Trabajadores – Convención Nacional de Trabajadores (PIT-CNT) para reformar el sistema de previsión social, y en parte otro promovido por los partidos coalicionistas para habilitar los allanamientos nocturnos en hogares. Ambos serán sometidos a consideración del electorado también este domingo.
Al final de cuentas, la ironía es que los consensos políticos le dan a Uruguay estabilidad y confiabilidad, pero parecen apagar su pasión electoral.
Gabriel Oddone, designado como ministro de Economía de un eventual Gobierno de Orsi, recordó en una entrevista radial el comentario que le hizo un funcionario del Fondo Monetario Internacional (FMI) tras conocer Uruguay, y que parece resumir bien la situación: “Ustedes pueden ir por derecha o por izquierda, pero van siempre por la misma autopista en la misma dirección”. (Sputnik)
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